Drogas psicoactivas ligadas a la evoución humana: el consumo de estas substancias se origina de la búsqueda de experiencias novedosas lo cual implica, y la vez provoca, un mayor desarrollo de la inteligencia en las personas
A pesar de que la inteligencia de un mamífero esta íntimamente asociada a su instinto de supervivencia, lo cierto es que no necesariamente el miembro más inteligente de una comunidad será el más apto para practicar hábitos más saludables, ni física ni psicológicamente hablando. Pero en cambio la evolución, implica una habilidad existencial muy superior a la simple subsistencia ya que si bien requiere de ella, esta va mucho más allá de un simple plano de adaptación a nuevas condiciones y de la arquetípica lucha por seguir respirando. Y precisamente de la capacidad evolutiva nos habla un reciente estudio de Satoshi Kanazawa, en el cual el lúcido psicólogo evolucionista de la London School of Economics asocia este principio con el consumo de drogas psicoactivas.
El punto de esta teoría es evidenciar una relación entre la inteligencia de una persona, su búsqueda de experiencias novedosas, y el consumo de drogas psicoactivas, factores que cuando son secuenciados terminan por desdoblarse en pulsos evolutivos que superan la tendencia “estándar” de este proceso. Kanazawa afirma que los individuos más inteligentes están mejor equipados para interactuar con situaciones nuevas -y que de hecho las buscan intencionalmente. Por otro lado aparentemente la gente más inteligente es más propensa a desear una interacción con drogas psicodélicas que en esencia ofrecen escenarios novedosos, distantes de los paradigmas pre establecidos de su contexto sociocultural y educativo. En sí Kanazawa no afirma que este comportamiento, el consumo de psicodélicos y otros, tiene necesariamente un efecto positivo (de hecho su discurso parece desalentar la experimentación con estos estimulantes) pero afirma categóricamente que las personas con mayor IQ son más propensos a recurrir a la psionaútica.
La teoría de Kanazawa, publicada en el diario Psychology Today, recuerda en algún sentido a la hipótesis promovida por el maverick de los psicotrópicos, Terence Mckenna, en la cual afirma que el “eslabón perdido”, refiriéndose a ese salto evolutivo registrado en el proceso de desarrollo de la humanidad y un fenómeno que hasta ahora no ha sido convincentemente explicado por la ciencia tradicional, tuvo que ver con el consumo de psilocibina (principal substancia activa de los hongos alucinógenos). De acuerdo con Terence el contacto de uno de los grupos de homínidos con la psilocibe los propulsó hacia una nueva realidad, mucho más sofisticada que la de sus similares, la cual estuvo ligada a un surgimiento acelerado del lenguaje, herramienta que terminaría por detonar este contundente salto evolutivo. En cierto modo, y tal vez radicalizando un poco la hipótesis de Mckenna, podríamos afirmar que somos hijos del lenguaje (y nietos de la psilocibina). Pero en todo caso este podría ser el primer gran episodio en la historia humana en el cual una droga psicoactiva actuó como un poderoso agente de la evolución de nuestra raza. Citando a Mckenna sobre nuestros antepasados primates: “those apes where stoned apes”.
Por otro lado, existe un estudio realizado en el Reino Unido a través del cual se comprobó que los niños más inteligentes tienen una tendencia notablemente mayor a consumir drogas psicoactivas que aquellos que denotan menores aptitudes cognitivas. Algo importante, que sería pertinente destacar, es que entre las drogas psicoactivas, no obstante la poética fonética que etiqueta a este grupo de estimulantes, no sólo abarcan substancias como el LSD, la marihuana, ayahuasca, mezcalina, opio, o MDMA, todas ellas ligadas a la práctica psiconaútica y en muchos casos a una genuina búsqueda por expandir la conciencia, sino que también incluye a otras más dudosas -por su capacidad destructiva- como el crystal meth y la cocaína.
La siguiente gráfica, que resultó del National Child Development Study, nos muestra el comparativo de “niveles de inteligencia” entre niños británicos, contrastado con la propensión a consumir psicoactivos durante la adolescencia o la edad adulta. Es claro como los niños menos favorecidos son por mucho los menos propensos a terminar induciéndose experiencias psicodélicas en comparación con el grupo de niños etiquetado como “very bright” o muy inteligentes, segmento que supera por mucho a los grupos considerados como “very dull”, “dull”, e incluso “normal”, en su tendencia al consumo de psicoactivos.
En este caso las conclusiones obvias podrían ser que aquellos niños menos privilegiados en cuanto a un potencial cognitivo naturalmente desarrollado, se mantendrán ajenos a una exploración psicoactiva, seguramente adaptándose en mayor grado a las pautas establecidas por su contexto sociocultural sin cuestionar los límites de una “realidad impuesta”. Y al parecer el grado de “brillantez” es proporcional a su potencial consumo de este tipo de drogas en un futuro cercano.
En cuanto a esta segunda gráfica que resulta de un estudio realizado entre niños estadounidenses dentro del National Longitudinal Study of Adolescent Health, a pesar de que la tendencia se mantiene en buen grado, en este caso es el segmento de niños cuyas capacidades cognitivas fueron consideradas como “inteligentes” supera por mucho su tendencia al consumo que el resto de los grupos, incluyendo los menos favorecidos, los normales, pero también a los “muy brillantes”. En este caso pareciera que un cierto nivel de inteligencia favorece significativamente las probabilidades de que consuman psicoactivos, pero en cambio si los niños alcanzan habilidades cognitivas extraordinarias, entonces serán menos propensos que aquel segmento rankeado solamente como “inteligente”. En este sentido, aparentemente después de un cierto grado de inteligencia los niños ya no requieren de esta exploración psiconáutica para revelar ciertos patrones impresos en pensamientos sofisticados, ya que tal vez puedan generarlos a partir del propio comportamiento bioquímico de sus mentes.
En síntesis este estudio desmitifica la supuesta verdad de que el recurrir a drogas normalmente corresponde a gente con mayores limitaciones o que busca escapar de una cierta realidad pre asignada. Pero también nos habla de que la inteligencia está socialmente asociada con un estilo de vida más acertado y menos vulnerable, cuando esto tampoco resulta cierto. La experimentación psiocactiva responde a un llamado por encontrar respuestas en un juego en el que realmente las reglas jamás fueron dadas (con excepción de lagunas leyes universales como podría ser la Ley del karma) y que no están satisfechos con la serie de “verdades” que propone un sistema cultural que busca controlar estas respuestas. Por otro lado, parece que si bien las drogas psicoactivas pueden facilitar esta psiconavegación a través de planos sutiles y engrandecer la perspectiva de un individuo frente al infinito número de realidades posibles, lo cierto es que la mente humana, y nuestra conciencia, están capacitadas para acceder a cualquier dimensión sin necesidad de estímulos externos: hack akasha.
A pesar de que la inteligencia de un mamífero esta íntimamente asociada a su instinto de supervivencia, lo cierto es que no necesariamente el miembro más inteligente de una comunidad será el más apto para practicar hábitos más saludables, ni física ni psicológicamente hablando. Pero en cambio la evolución, implica una habilidad existencial muy superior a la simple subsistencia ya que si bien requiere de ella, esta va mucho más allá de un simple plano de adaptación a nuevas condiciones y de la arquetípica lucha por seguir respirando. Y precisamente de la capacidad evolutiva nos habla un reciente estudio de Satoshi Kanazawa, en el cual el lúcido psicólogo evolucionista de la London School of Economics asocia este principio con el consumo de drogas psicoactivas.
El punto de esta teoría es evidenciar una relación entre la inteligencia de una persona, su búsqueda de experiencias novedosas, y el consumo de drogas psicoactivas, factores que cuando son secuenciados terminan por desdoblarse en pulsos evolutivos que superan la tendencia “estándar” de este proceso. Kanazawa afirma que los individuos más inteligentes están mejor equipados para interactuar con situaciones nuevas -y que de hecho las buscan intencionalmente. Por otro lado aparentemente la gente más inteligente es más propensa a desear una interacción con drogas psicodélicas que en esencia ofrecen escenarios novedosos, distantes de los paradigmas pre establecidos de su contexto sociocultural y educativo. En sí Kanazawa no afirma que este comportamiento, el consumo de psicodélicos y otros, tiene necesariamente un efecto positivo (de hecho su discurso parece desalentar la experimentación con estos estimulantes) pero afirma categóricamente que las personas con mayor IQ son más propensos a recurrir a la psionaútica.
La teoría de Kanazawa, publicada en el diario Psychology Today, recuerda en algún sentido a la hipótesis promovida por el maverick de los psicotrópicos, Terence Mckenna, en la cual afirma que el “eslabón perdido”, refiriéndose a ese salto evolutivo registrado en el proceso de desarrollo de la humanidad y un fenómeno que hasta ahora no ha sido convincentemente explicado por la ciencia tradicional, tuvo que ver con el consumo de psilocibina (principal substancia activa de los hongos alucinógenos). De acuerdo con Terence el contacto de uno de los grupos de homínidos con la psilocibe los propulsó hacia una nueva realidad, mucho más sofisticada que la de sus similares, la cual estuvo ligada a un surgimiento acelerado del lenguaje, herramienta que terminaría por detonar este contundente salto evolutivo. En cierto modo, y tal vez radicalizando un poco la hipótesis de Mckenna, podríamos afirmar que somos hijos del lenguaje (y nietos de la psilocibina). Pero en todo caso este podría ser el primer gran episodio en la historia humana en el cual una droga psicoactiva actuó como un poderoso agente de la evolución de nuestra raza. Citando a Mckenna sobre nuestros antepasados primates: “those apes where stoned apes”.
Por otro lado, existe un estudio realizado en el Reino Unido a través del cual se comprobó que los niños más inteligentes tienen una tendencia notablemente mayor a consumir drogas psicoactivas que aquellos que denotan menores aptitudes cognitivas. Algo importante, que sería pertinente destacar, es que entre las drogas psicoactivas, no obstante la poética fonética que etiqueta a este grupo de estimulantes, no sólo abarcan substancias como el LSD, la marihuana, ayahuasca, mezcalina, opio, o MDMA, todas ellas ligadas a la práctica psiconaútica y en muchos casos a una genuina búsqueda por expandir la conciencia, sino que también incluye a otras más dudosas -por su capacidad destructiva- como el crystal meth y la cocaína.
La siguiente gráfica, que resultó del National Child Development Study, nos muestra el comparativo de “niveles de inteligencia” entre niños británicos, contrastado con la propensión a consumir psicoactivos durante la adolescencia o la edad adulta. Es claro como los niños menos favorecidos son por mucho los menos propensos a terminar induciéndose experiencias psicodélicas en comparación con el grupo de niños etiquetado como “very bright” o muy inteligentes, segmento que supera por mucho a los grupos considerados como “very dull”, “dull”, e incluso “normal”, en su tendencia al consumo de psicoactivos.
En este caso las conclusiones obvias podrían ser que aquellos niños menos privilegiados en cuanto a un potencial cognitivo naturalmente desarrollado, se mantendrán ajenos a una exploración psicoactiva, seguramente adaptándose en mayor grado a las pautas establecidas por su contexto sociocultural sin cuestionar los límites de una “realidad impuesta”. Y al parecer el grado de “brillantez” es proporcional a su potencial consumo de este tipo de drogas en un futuro cercano.
En cuanto a esta segunda gráfica que resulta de un estudio realizado entre niños estadounidenses dentro del National Longitudinal Study of Adolescent Health, a pesar de que la tendencia se mantiene en buen grado, en este caso es el segmento de niños cuyas capacidades cognitivas fueron consideradas como “inteligentes” supera por mucho su tendencia al consumo que el resto de los grupos, incluyendo los menos favorecidos, los normales, pero también a los “muy brillantes”. En este caso pareciera que un cierto nivel de inteligencia favorece significativamente las probabilidades de que consuman psicoactivos, pero en cambio si los niños alcanzan habilidades cognitivas extraordinarias, entonces serán menos propensos que aquel segmento rankeado solamente como “inteligente”. En este sentido, aparentemente después de un cierto grado de inteligencia los niños ya no requieren de esta exploración psiconáutica para revelar ciertos patrones impresos en pensamientos sofisticados, ya que tal vez puedan generarlos a partir del propio comportamiento bioquímico de sus mentes.
En síntesis este estudio desmitifica la supuesta verdad de que el recurrir a drogas normalmente corresponde a gente con mayores limitaciones o que busca escapar de una cierta realidad pre asignada. Pero también nos habla de que la inteligencia está socialmente asociada con un estilo de vida más acertado y menos vulnerable, cuando esto tampoco resulta cierto. La experimentación psiocactiva responde a un llamado por encontrar respuestas en un juego en el que realmente las reglas jamás fueron dadas (con excepción de lagunas leyes universales como podría ser la Ley del karma) y que no están satisfechos con la serie de “verdades” que propone un sistema cultural que busca controlar estas respuestas. Por otro lado, parece que si bien las drogas psicoactivas pueden facilitar esta psiconavegación a través de planos sutiles y engrandecer la perspectiva de un individuo frente al infinito número de realidades posibles, lo cierto es que la mente humana, y nuestra conciencia, están capacitadas para acceder a cualquier dimensión sin necesidad de estímulos externos: hack akasha.